Juan Carlos Vada Sánchez. Concejal de IU en el Ayuntamiento de Laredo

Por si Laredo entero no tuviese suficientes motivos para indignarse con los políticos, los últimos acontecimientos ocurridos en nuestra villa han venido a ampliar el corolario de ese tipo de comportamiento carente de la mínima ética que los ciudadanos repudian tanto. Si hace tiempo los laredanos tenían que escandalizarse por casos locales de prevaricación, y si en la actualidad asistían ya al conchabeo diario entre algunos representantes públicos y ciertos empresarios, el reciente ingreso en el PP –y directamente a los sillones del gobierno– de dos concejales que en las últimas elecciones se presentaron bajo otras siglas y programa diferenciado supone un nuevo ejemplo de esa praxis nauseabunda propia de gente sin vergüenza ni escrúpulos, acostumbrada al cambalache y al todo vale “con tal de pillar cacho.”

Y aunque desde hace tiempo olíamos que algo se estaba cociendo entre los populares, la evidente falta de ética y de estética con que se ha producido este desembarco triunfal lo hacen merecedor del apelativo de “el tamayazo de Laredo”.

“La famiglia è il più importante. Tutto per la famiglia”. Así –en italiano para fardar de que tenemos Escuela de Idiomas– así podrán gritar algunos como muestra del júbilo que la vuelta del hijo pródigo provoca en el reino de los cielos del PP.

Lo cierto es que la operación apesta a transfuguismo político por mucho que lo quieran disfrazar como una simple reunificación de la derecha laredana. Alejandro Liz –junto a su compañero, Miguel González– salió elegido concejal por IPdL, partido local creado expresamente para competir con el PP y que ahora han decidido liquidar. Les votaron 749 laredanos. 749 vecinos que no eligieron PP y que –cómo no– se sienten estafados por esta decisión. Hoy en Laredo hay dos tránsfugas “de libro” que, además, han sido avalados por un jefe de jefes, un padrino, el Presidente de Cantabria, a quien los pactos antitransfuguismo, antaño acordados con el PSOE por su propio partido, parecen importarle un rábano.

¡Quo vadis PP y quo vadis Nacho Diego! ¿Qué dirá de esto su Secretaria General,la SeñoraCospedal? ¿Y qué dirá Rajoy? ¿Qué no sabían nada, como con Bárcenas? ¿En qué cuneta quedarán sus promesas de regeneración política?

¿Y qué decir del PRC laredano? ¿Cómo pueden admitir esta sinvergonzonería sin pestañear?

Su líder, Pedro Diego, no tiene razón. No es un asunto que afecte sólo al PP. Este movimiento involucra al gobierno municipal que a partir de ahora tendrá dos tránsfugas. ¿Y eso no le afecta al PRC? ¿No le afecta a la ciudadanía en general?

Los laredanos no son estúpidos y no toleran que se insulte su inteligencia. El transfuguismo es una forma de corrupción que afecta a todos. Una lacra que hay que eliminar de la vida pública si realmente creemos que hay que regenerar la política y si de verdad queremos hacerlo.

Los ciudadanos se indignan aún más –y con razón—al ver cómo el poder político se arrima al de los banqueros; cómo proliferan escándalos como la estafa de las preferentes,la Gürtel, Bárcenas, la financiación irregular, los EREs fraudulentos o el caso Noós con Urdangarín imputado y hasta la hija del mismo Rey a punto de estarlo; mientras ellos sufren las consecuencias de la crisis, los ajustes en servicios públicos esenciales y la eliminación de derechos y prestaciones sociales, Los laredanos también. Están hartos de las mentiras electorales y de quienes primero prometen lo imposible para luego no cumplir nada. Hastiados de ser engañados con políticas de fotocool y de pasarela y con una sucesión interminable de festejos y eventos repetitivos que nada tienen que ver con la crudeza del paro y las necesidades reales de los vecinos. Hartos y cansados de esas obras faraónicas de las que sólo unos pocos obtienen beneficio y que únicamente sirven para satisfacer el ego del mandamás de turno. Cansados y hartos –hasta decir basta– de gestores prepotentes que miran por encima del hombro y toman decisiones contra la opinión mayoritaria del pueblo.

La política no puede ser esto, sino una actividad digna, al servicio de los ciudadanos. Una actividad necesaria en una sociedad organizada pero que –desgraciadamente– algunos personajes desprestigian con comportamientos públicos intolerables.

Todos tenemos el deber de acabar con este tipo de fenómenos. Los partidos y los ciudadanos. Los primeros, fijando códigos éticos de conducta, estableciendo sistemas de vigilancia y control permanente de la actuación de sus cargos públicos, expulsando de sus filas y rechazando pactar con los corruptos, los tránsfugas y los que acuden a la política guiados más por el propio interés que para servir a los vecinos. Los segundos –individualmente o a través de asociaciones y colectivos sociales– fiscalizando la acción política, reclamando mayor información y participación ciudadana, exigiendo un comportamiento ejemplar a los representantes electos, demandando una mayor transparencia en todas sus actuaciones y un gobierno cercano que consulte al pueblo y que tenga en cuenta sus opiniones. Y también –cómo no— utilizando el voto.

Son necesarios nuevos aires en la política. Lo demandan los ciudadanos y lo precisa nuestra democracia. Hace falta que entren nuevas gentes que defiendan los valores éticos, gentes que vengan a la política a servir y no a medrar. Éstos últimos –sin duda alguna— acabarán expulsados por la sociedad entera.